martes, 11 de junio de 2013

AISLAMIENTO Y DEPRESIÓN


AISLAMIENTO Y DEPRESIÓN

Yo, estaba cayendo en una depresión tremenda, no dormía (tú dormías muy bien después de los porritos, tenía que llamarte varias veces para conseguir que te levantaras),  pero mantenía el tipo. Los insultos y sobre todo los desprecios eran cotidianos. Acudí al médico diciéndole que me sentía muy deprimido y que no dormía bien,  me recetó un antidepresivo y un somnífero (este  último lo tomé un solo día) porque me producía una somnolencia que no me lo podía permitir.  Tomaba los antidepresivos solo cuando me sentía muy mal,  pero durante varios meses acudía sistemáticamente a recoger la receta, en mi cabeza comenzaba a tomar forma una tremenda idea. Ese año en Jueves Santo  fuimos los dos a la cena de Genarín (*), a los niños les dejamos con tu familia,  nos sentamos en mesas diferentes.  Maxi me ofreció un sitio para ti en la “mesa principal” y yo no quise que estuvieras allí. Dos exsenadores, el secretario general de Castilla y León de UGT y un abogado de Garriges Gualter y otras personas  que desde hacía más de treinta años hacíamos esa fiesta pagana en pleno Jueves Santo.  Siempre nos criticaste.- “Vaya amigos, mira Paco, o Velilla, ….”. No ibas a estar en la mesa principal cenando junto a los que criticabas continuamente.  Tú tenías amigos más importantes, músicos que daban conciertos con tres asistentes, o Secretarios Generales de CC.OO. que lo único de lo que se pueden sentir orgullosos es de haber acumulado  la mayor pérdida de afiliación que ha tenido CC.OO.  en su historia en León.  

SE ACBÓ TODO……

Esa noche fue única. Reconocí  el cariño que me tenían muchas personas que habían sido de mi entorno desde hace muchos años, y no les veía por el “secuestro circunstancial” en el que encontraba por tú actitud.  Comprobé como personas nuevas, que no había visto en mi vida, se acercaban a mí con naturalidad y hasta con cercanía, esa cercanía  alegre del primer contacto en una fiesta. Quería medir si todavía quedaba algo de lo que fui o ya estaba en la cuesta abajo hasta el final.  Recordé  todo  lo que había sido, lo que había hecho, las situaciones en las que había intervenido:  el resurgir de la izquierda, la impresionante lucha  contra el franquismo en la clandestinidad (detenido varias veces y pasé por la cárcel), las primeras asociaciones de vecinos de la que fui fundador de una de las más importantes de León: “Casa Nuevas”, la anulación del proyecto de construcción del Pantano de Omaña con lo que se evitó la inundación de una de las comarcas más bellas de León (me dieron un “diploma” de agradecimiento que aunque lo pedí varias veces  no me lo has devuelto), cientos de asambleas a de trabajadores por toda la provincia, todavía me reconocen en las comarcas mineras, y muchas, muchísimas  cosas más. Y sobre todo los esfuerzos hechos por nuestra familia. ¡Como había cambiado mi vida desde que convivía contigo!  Como poco a poco me habías metido en un círculo cerrado en el que no tenía salida.  Tu falta de responsabilidad en el embarazo de Clara, tu falta de colaboración,  ¡tu puta FRIVOLIDAD…!   Me dio mucha rabia, sentí una tremenda impotencia al comprobar en qué situación estaba: aislado,  agotado hasta la extenuación , deprimido,  abandonado, perdido, sin ninguna ilusión en el futuro.  Solo trabajar y  trabajar, poner dinero por encima de mis posibilidades porqué  si algo se frenaba  había bronca, discusiones, malas palabras y todo esto estaba afectaba  a nuestros hijos.  Tú feliz en tu burbuja de “mujer número uno”  de un sindicato de mierda con 80 afiliados. Y tomé una decisión. Me despedí de las dos personas  que me acompañaban desde el  final de la precesión de Genarín, volví a casa con una decisión tomada , había bebido mucho.  Cogí los “restos” de los antidepresivos, los machaque en el mortero, los mezclé con ron y lo bebí. Me fui a dormir, serenamente, esperando no ver el día siguiente. Más tarde  llegaste tú –por lo que  me has dicho-  y me encontraste en el pasillo inconsciente. 

Por lo que te he conocido después, estoy casi seguro que te pensaste que hacer.¿ Llamo al 112 o volver a la calle?. Si volvías a la calle podía morir y como explicabas que tú no estabas en casa, siempre la apariencia.  Decidiste llamar al 112. Esto lo digo, porqué el parte médico de aquel intento de suicidio nunca me lo enseñaste,  nunca me lo entregaste, te quedaste con él para usarlo en el momento que más te interesara y lo has usado ahora, en el divorcio, pero era mío. Lo has guardado y lo has utilizado en este proceso de divorcio en el que estamos sumergidos, ¡mira si lo tenías pensado desde hace tiempo!  Una de las acusaciones es de alcoholismo crónico y es mentira. Mis análisis médicos desde hace tres años no indican ninguna adicción al alcohol (y eso se detecta con facilidad). Aunque ese día  hubiera bebido mucho. Pero es uno de tus argumentos con más peso en la decisión de un “juez” de familia que no se caracteriza precisamente por su rigor.

De ese incidente yo saqué dos consecuencias: una hipertensión (la tensión me subía a 24)  y una tremenda dificultad  en la imaginación. No era capaz de crear esos cuentos que improvisaba para mis hijos.  Y digo “mis hijos” porque tú hasta ese momento lo único que habías hecho era parirles y hacer de taxista en las vacaciones que mayoritariamente pagaba yo, para ir donde tú decías.

MARINO CONOCE LA SITUACIÓN

Conté a mi padre  todos los problemas que tenía, una deuda acumulada desde el año 2.000, mis problemas de agotamiento y mi depresión. No le conté el intento de suicidio, no quería disgustarlo. Su respuesta fue impresionante: “Todo lo que tengo es tuyo, tú fuiste el único que acudió en mi ayuda cuando la necesité. Yo solo quiero vivir con dignidad hasta que me muera”.   A partir de ese momento, cuando estaba lúcido, excluyo los periodos del hospitalización que por la medicación perdía el control, no te dirigía la palabra, educadamente,  te ignoraba.

Seguimos igual, tal vez desaparecieron por un tiempo los desprecios,  pero no la indiferencia, solo meses más tarde me preguntaste por qué lo había hecho, no te comenté nada.

Estaba dedicado a mis hijos, con visitas a mi padre, haciendo todas la labores de  la casa y tú ya no salías tanto.  Los veranos nos íbamos a la residencia que te regalaba la universidad y  a Benidorm, en el  piso de mi padre, y todos los años visitábamos el lago de Sanabria.  En el mes de vacaciones pocos días  parábamos en Villamandos.  Todos los vecinos y amigos que tenemos allí lo saben. Y cuando estábamos una semana  o quince días era una semana de obras para mí;  Manolo, Javi, Chón, Tere, Marcelino,  etc. lo saben.  Mi único respiro era, después de que se acostarán  los niños, irme a tomar un caña  al  bar, leer el periódico o tener una hora de conversación, en muchas ocasiones con Tere. Ellos, que leerán este relato porque se lo voy hacer llegar lo saben. Nunca estuve  borracho. Copiaré  trozos de la demanda interpuesta por ti  para que nos conocen  lo lean y se percaten de tú capacidad de mentir, hasta ante la “justicia”. 

Tú ponías 600 € para las vacaciones, el resto de los gastos corrían por mi parte, tanto los de las vacaciones específicas como los de materiales y herramientas para seguir la reforma de tu casa de Villamandos. En esos meses, año tras año, y lo saben nuestros amigos del pueblo, lo único que hacía era trabajar para cuidar a los niños y mejorar “tú” casa: Hice una acera, arrancando las losetas del suelo del patio, cubrí de madera los techos del “merendero”, la cocina, el baño. ¿Quién pagaba todo? ¿Tu, de tú dinero, pagaste algo? Todo se  pagaba con el dinero familiar y en casi todas las ocasiones  con el mío. Seguía tú desinterés por  la familia, seguía tu desafecto. “ Yo estoy de vacaciones”: decías y no colaborabas en nada.

Para ti si eran vacaciones. Te levantabas a las doce de la mañana. ¿ En cuántas ocasiones, cuando Jacinto o Tere, nos traían hortalizas, a primera hora de la mañana, tú estabas levantada?.  Cuando te levantabas, a las doce, te sentabas en el porche a desayunar, el desayuno que yo te preparaba , te quedabas un buen rato, a veces hasta una hora abstraída fumando un par de cigarrillos, mirando el jardín.  Colocabas algo en la casa, comías  (la comida que yo había hecho). Por la tarde te dedicabas al jardín, a ir a la piscina, etc. Yo a la albañilería, a las reformas, al mantenimiento. Por la noche, tú te quedabas en casa leyendo al fuego de la chimenea cuya leña había cortado yo y fumándote tus porritos.   Yo al bar a hablar con todos los conocidos que tenía en ese pueblo, muchos más que tú. Tú solo tenías uno, Marcelino Zoco, con el que compartías porritos y cangrejos.

Algunos de los que estén leyendo esto se preguntarán por qué soporte esta situación en la que estaba siendo despreciado, desestimado y ultrajado con tanta frecuencia. Muy sencillo. Siempre pensé que cualquier separación supondría un deterioro serio de la calidad de vida de mis hijos. Sobre todo Clara que con sus insuficiencias me rompía el corazón y quería estar con ella, ayudarla a superar sus dificultades como había hecho desde el principio, desde que era un bebé y porqué sabía que tú no lo harías bien. Solo la apoyabas en inglés, porque yo no conocía ese idioma, aunque las fichas de trabajo de ese idioma  las preparaba yo. Que irías a tu comodidad por encima del interés de los niños, de hecho, hoy, en el momento en el que estoy escribiendo esto Javier se queja del poco interés que pones con él.

 

MÁS MARINO. Y SUS GASTOS.

A Marino, mi padre,  se le acaban los ahorros, su estancia en la residencia costaba más del doble de los que el cobraba. Hablé con él  problema y decidimos hacer una hipoteca inversa de su piso de Benidord.  Era carísima, se podía comer mucho valor de su piso, pero era suyo. Yo lo heredaría, pero para mí era más importante su bienestar lo que recibiría de herencia, cuando muriera. Mi decisión era muy clara, hacer la hipoteca.  Su bienestar estaba  por encima de todo, el piso era  suyo y no se le  iba a negar vivir como quería en los últimos años de su vida. Te comenté  la situación y tú recomendación siempre fue la misma: “Búscale otra resistencia más barata o que comparta habitación que es más económico”. ¿Y su bienestar, su deseo, dónde quedaba?  Estas opiniones fueron, digamos que continuas cada vez que  hablábamos de Marino.  Esa recomendación fue cada vez más insistente en función de su deterioro, cuanto peor estaba eran más frecuentes tú presión para que “le colocara” en un lugar más barato. En el último año, todavía resuena en mi cabeza ese comentario cruel  y despiadado: “Ya no se da cuenta de nada, cámbiale a una habitación compartida”.  Mira Ana Robles Campillo, tú que nunca has visto más allá de tu propio ombligo, de tú propio interés y de tu propio capricho: el hecho de tener una habitación  propia, con sus pocas cosas, con sus libros, con sus fotos y recuerdos era para mí  más importante que tú ambición.

Hicimos la hipoteca inversa, era más importante su bienestar que las pretensiones de “ahorrar” que tú tenías, a consta de la felicidad de un anciano. Tú nunca lo supiste. Y él siguió en su habitación, en la residencia donde estaban sus amigos que casi ya no conocía pero que le saludaban con cariño y en el entorno que le gustaba. Y en definitiva el dinero era suyo.

Un año más tarde, Marino se rompió la cadera y después el fémur. Fue un año tremendo de hospitalizaciones y quedó en una silla de ruedas. Para él ya no tenía ningún sentido conservar la casa de Benidorm. Y decidió venderla. Eso daría el suficiente dinero para garantizar a Marino su bienestar hasta que muriera y lo que sobrara,… que sobrara.

Estaba empezando la “burbuja inmobiliaria”, un piso de 2ª mano, de los años 50 corría el riesgo de desvalorizarse rápidamente. Tuve un cliente con el pacté un precio aceptable. Lo comprobé en multitud de web, pregunté a inmobiliarias, a tus familiares. Era un buen precio.

¿Tú que hiciste? Me llamaste “imbécil”, dijiste a los niños que yo quería vender la casa de Benidorm, para que se opusieran rogándome que no lo hiciera ya que para ellos era un lugar de vacaciones y de playa. Me amenazabas con llamar a mis hermanas, las mismas que cuando cayó gravemente enfermo no quisieron saber nada de él,  porqué, decías, no tenía derecho a venderlo. Lo vendía Marino, que era el propietario, no yo (ahora, que te conozco mejor, sé que lo único que querías es “atrapar” el máximo de dinero AUNQUE FUERA A CAMBIO DEL BIENESTAR DE MI PADRE; hasta sugeriste en algún momento que con ese dinero se podría terminar de arreglar muy bien la casa de Villamandos, tu casa).

Conseguí un cliente con el que cerré un trato que pospuse por tú presión. Lo retomé un mes después ya que hubiese sido una locura mantener esa propiedad con la burbuja inmobiliaria en pleno comienzo y con una devaluación brutal de su precio. El retraso costó 6.000 €. Ahora, en estos momentos, los pisos en Benidorm valen un 40 % menos.  Marino hubiera perdido mucho más de haber seguido tu consejo.  Recuerdo que un año antes, cuando estábamos de vacaciones en su piso,  paseando por Benidorm, tú mirabas ansiosa los escaparates de las inmobiliarias y soñabas con 25 o 30 millones de pesetas. Conocías el testamento de Marino y mi generosidad de la cual te habías estado aprovechando continuamente. ¿Con que soñabas? ¿Te iba a resolver la vida? Mientras tú estabas a lo tuyo, a tu trabajo de administrativa, a tus escarceos “amistosos o amorosos” y yo llevando todo el peso de la casa, de la discapacidad de Clara, la atención a Javier, y sin tan siquiera un momento para respirar, con insultos, desprecios, críticas, humillaciones, vilipendios por tu parte, con las manos partidas de los trabajos de albañilería en Villamandos y el alma rota de soledad. Lo único que me mantenía a tu lado era el cariño de Clara y de Javier que en estos momentos no desaprovechas oportunidad de minar. Vivía con mi enemigo más cruel. ¿Qué fumabas además de Camel? ¿Te acuerdas de esa cajita de madera donde guardabas un tubo de película fotográfica con la marihuana o el hachís, el papel de fumar, un paquete, siempre pequeño, con “tabaco” de liar,  también de esa otra cajita metálica, un pastillero, en la que a veces había algunas  pastillitas sin su envase. ¿Te lo daba Asún? La dejabas a veces encima de la mesa de la sala por la noche cuando te ibas a dormir a la habitación , al alcance de los niños que madrugaban más que tú. Por lo menos, en una ocasión  encontré a Javier jugando con ella.

Unos días antes de ir a Benidord para formalizar la venta del piso de Marino  te pedí que me llevaras y te negaste, querías boicotear  esa operación como fuera. El dinero iba a quedar fuera de tu control. El día anterior del viaje me pediste ir conmigo de la venta.  ¿Se te escaba el “control” de última hora?. Tú ya no pintabas nada ni para mí ni para mi padre. Me habías estado acosando continuamente, ninguneando, habías presionado para que no se vendiera y ahora ¿a que querías ir, a controlar el dinero? Me negué. Me llevo tú sobrino Toño, hicimos la transacción y cargamos el coche con toda la lista de objetos que tú querías: vajilla, cubertería, libros, colchones etc. y que todo te lo has quedado tú. Es lo que has hecho conmigo a lo largo de toda nuestra vida en común, coger todo lo que has podido para quedártelo y apartarme, usarme como criado, despreciarme como inferior.

Comencé a ir a un psicólogo, no quería que me volviera a suceder lo que me había pasado antes, necesitaba reordenar mi cabeza y yo solo no podía, Ricardo me atendía en  Psiteco  (clínica psicológica),  durante varios meses, dos consultas semanales  durante tres meses y el resto del tratamiento a una semanal. Cuando llegué a Psiteco, en la primera consulta con Ricardo, rompí a llorar, ya no podía más. Según intentaba explicarle mi situación, el agotador horario de trabajo, el desprecio que en cada momento sentía de ti; como tú, cuando les explicaba algo a los niños, me cortabas diciendo “seguro que se lo inventa (¿Cuándo reconocerás tu ignorancia…en casi todo?), eso me rompía. Necesitaba ayuda.

Los niños seguían despidiéndote de ti a las 8.30, ahora,  ya en bata, en la cocina. Tomándote el desayuno que yo te había preparado les despedías.  Tu horario de trabajo era de ocho a tres. ¡Que útil te era la hora de reducción de jornada por la discapacidad de Clara, para dormir más¡ Sin contacto con los amigos por la imposibilidad, durante años, de tener el más leve memento de estar con ellos. Cuantas veces me decías: “mira cómo eres, no tienes ni amigos, el único Fernando”, era verdad. Tú, como siempre, pasabas las tardes durmiendo una buena siesta, saliendo a “algo”, quedándote por la noche viendo la TV, ya sola, fumando tus “Camel” y tus “cigarrillos especiales” hechos a mano. Nunca me explique esa manía que tenías de mezclar de ambos “tabacos”. Yo me iba a sacar a Igor y cuando volvía iba al estudio a preparar e imprimir las tareas de Clara y a consultar noticias por internet.   El diagnóstico del psicólogo fue fácil: “Desestructuración  de la personalidad por acoso”. Gerardo, mi psicólogo y dueño de Psiteco, me recomendó recuperar a los amigos o hacerme nuevos  y me enseño a protegerme de tus desprecios y ataques. No fue fácil.

MI ESPACIO EN CASA Y EN INTERNET
 
 

Hacía tiempo que ya me habías echado de la habitación. Dormía en el viejo sofá del estudio, tenía la ropa colgada con perchas de las estanterías de los libros.  Comencé a buscar antiguos conocidos en Facebook. Según me acordaba de algún nombre, lo buscaba y si le encontraba le pedía amistad y comencé a establecer una red con la que podía comunicarme. Empecé,  también,  a hacer comentarios desde un punto de vista de izquierdas. Seguía las recomendaciones que me hacía Ricardo (Psiteco)  tenía que recuperar mi red de amigos, mantener contactos con ellos y a  hacerme amigos nuevos. Por internet porque no tenía otra posibilidad; mi rutina cotidiana continuaba igual de aplastante y no tenía otra posibilidad. Me levantaba a las 6:30, si no me había despertado antes. Leía la prensa digital, a las 7:00 preparaba el desayuno de los niños, a las 7:30 les levantaba (tu seguías en la cama), les daba el desayuno, les arreglaba, a las 8: 30 llevaba a Clara al autobús ( recuerdas que siempre te daba el beso de despedida estando tú durmiendo). Mientras esperábamos el autobús de Clara y le dejaba en él ,tú te levantabas. Regresaba a casa, a las 8:45, terminaba de preparar a Javier y  le llevaba al colegio, de paso paseaba a Zeta, hacia la compra del día, a las 9:30 o 9: 45 llegaba a casa, (tú ya te habías marchado, aprovechabas la hora de reducción de jornada para dormir una hora más). Comenzaba las “tareas del hogar”, la casa estaba hecha un desastre (te acordarás lo revoltoso que era Javier manchando mesa, suelo, etc. con su plastilina.  Hacía las habitaciones –hasta la  tuya-, las camas –hasta la tuya-, en el caso de que no te hubieras quedado dormida en la sala viendo la televisión- que entonces no necesitaba hacerla. Hacia la comida, la sala, los baños, etc. . Terminaba entre las 12:30 o la 13:00. A las 13:30 iba a recoger a Javier, le llevaba a casa, a las 14:00 bajaba a recoger a Clara, a las 14:30 les daba la comida. Media hora de descanso. Tú cuando llegabas tenías la mesa preparada. Yo dormía mi  pequeña siesta, hasta las 16:00. Ponía a Clara a hacer tareas, a Javier –dos días a la semana- le llevaba a las cinco de la tarde a clase de teatro, regresaba, me ponía a comprobar y corregir las tareas que estaba haciendo Clara sola mientras tú te echabas tu siesta, regresaba a recoger a Javier, llegábamos a las 18:30, les preparaba la merienda, y volvíamos a ponernos con las tareas; yo con Clara y tú, a veces, con Javier o a leer el periódico o en internet en tus sitios de ropa, calzado, cremas o complementos de comercio electrónico.

Dos días a la semana iba a visitar a mi padre –de 18:45 a 20:30. Cuando llegaba preparaba la cena, cenábamos.  A los niños les atendías tú para acostarlos mientras  yo recogía la cocina. Eran las 22:30 o 23:00 cuando terminaba. Sacaba  a pasear a Zeta y empecé a coger una nueva costumbre,  pasaba por la “Corrala”, tomaba un (uno, solo uno) chupito mientras hablaba con los clientes habituales: un médico divorciado, un agricultor y su mujer, un policía municipal cuya madre era vecina y pasaba a última hora a visitarla, un representante de repuestos de máquinas ganaderas, un técnico de Gas Natural, etc., una hora como mucho entre paseo  “tertulia”. Cuando regresaba a casa tú estabas viendo la televisión o con la televisión encendida ya te habías quedado dormida en el sofá. Te saludaba e iba al estudio para imprimir las tareas del día de Clara, se las colocaba en sus respectivos cuadernos para que las llevara al cole al día siguiente. Estaba un rato en Facebook y me ponía a dormir en el sofá del estudio; antes pasaba por la sala para darte las buenas noches. Cuantas veces estabas dormida sentada, con la tele puesta y te intentaba despertar para que fueses a la cama y no había manera de despertarte; eso sí, con tu caja de “tabaco de liar” abierta encima de la mesa y varias colillas de “cigarrillos hechos a mano”.