AISLAMIENTO Y DEPRESIÓN
Yo, estaba cayendo en una
depresión tremenda, no dormía (tú dormías muy bien después de los porritos, tenía
que llamarte varias veces para conseguir que te levantaras), pero mantenía el tipo. Los insultos y sobre
todo los desprecios eran cotidianos. Acudí al médico diciéndole que me sentía
muy deprimido y que no dormía bien, me
recetó un antidepresivo y un somnífero (este
último lo tomé un solo día) porque me producía una somnolencia que no me
lo podía permitir. Tomaba los
antidepresivos solo cuando me sentía muy mal, pero durante varios meses acudía sistemáticamente
a recoger la receta, en mi cabeza comenzaba a tomar forma una tremenda idea.
Ese año en Jueves Santo fuimos los dos a
la cena de Genarín (*), a los niños les dejamos con tu familia, nos sentamos en mesas diferentes. Maxi me ofreció un sitio para ti en la “mesa
principal” y yo no quise que estuvieras allí. Dos exsenadores, el secretario
general de Castilla y León de UGT y un abogado de Garriges Gualter y otras
personas que desde hacía más de treinta
años hacíamos esa fiesta pagana en pleno Jueves Santo. Siempre nos criticaste.- “Vaya amigos, mira
Paco, o Velilla, ….”. No ibas a estar en la mesa principal cenando junto a los que
criticabas continuamente. Tú tenías
amigos más importantes, músicos que daban conciertos con tres asistentes, o
Secretarios Generales de CC.OO. que lo único de lo que se pueden sentir
orgullosos es de haber acumulado la
mayor pérdida de afiliación que ha tenido CC.OO. en su historia en León.
SE ACBÓ TODO……
Esa noche fue única.
Reconocí el cariño que me tenían muchas
personas que habían sido de mi entorno desde hace muchos años, y no les veía
por el “secuestro circunstancial” en el que encontraba por tú actitud. Comprobé como personas nuevas, que no había
visto en mi vida, se acercaban a mí con naturalidad y hasta con cercanía, esa
cercanía alegre del primer contacto en
una fiesta. Quería medir si todavía quedaba algo de lo que fui o ya estaba en
la cuesta abajo hasta el final. Recordé todo lo
que había sido, lo que había hecho, las situaciones en las que había
intervenido: el resurgir de la izquierda,
la impresionante lucha contra el
franquismo en la clandestinidad (detenido varias veces y pasé por la cárcel),
las
primeras asociaciones de vecinos de la que fui fundador de una de las más
importantes de León: “Casa Nuevas”, la anulación del proyecto de construcción
del Pantano de Omaña con lo que se evitó la inundación de una de las comarcas
más bellas de León (me dieron un “diploma” de agradecimiento que aunque lo pedí
varias veces no me lo has devuelto),
cientos de asambleas a de trabajadores por toda la provincia, todavía me
reconocen en las comarcas mineras, y muchas, muchísimas cosas más. Y sobre todo los esfuerzos hechos por
nuestra familia. ¡Como había cambiado mi vida desde que convivía contigo! Como poco a poco me habías metido en un
círculo cerrado en el que no tenía salida.
Tu falta de responsabilidad en el embarazo de Clara, tu falta de
colaboración, ¡tu puta FRIVOLIDAD…! Me dio mucha rabia, sentí una tremenda
impotencia al comprobar en qué situación estaba: aislado, agotado hasta la extenuación ,
deprimido, abandonado, perdido, sin
ninguna ilusión en el futuro. Solo
trabajar y trabajar, poner dinero por
encima de mis posibilidades porqué si
algo se frenaba había bronca,
discusiones, malas palabras y todo esto estaba afectaba a nuestros hijos. Tú feliz en tu burbuja de “mujer número uno” de un sindicato de mierda con 80 afiliados. Y
tomé una decisión. Me despedí de las dos personas que me acompañaban desde el final de la precesión de Genarín, volví a
casa con una decisión tomada , había bebido mucho. Cogí los “restos” de los antidepresivos, los
machaque en el mortero, los mezclé con ron y lo bebí. Me fui a dormir,
serenamente, esperando no ver el día siguiente. Más tarde llegaste tú –por lo que me has dicho-
y me encontraste en el pasillo inconsciente.
Por lo que te he conocido
después, estoy casi seguro que te pensaste que hacer.¿ Llamo al 112 o volver a
la calle?. Si volvías a la calle podía morir y como explicabas que tú no estabas
en casa, siempre la apariencia. Decidiste
llamar al 112. Esto lo digo, porqué el parte médico de aquel intento de suicidio
nunca me lo enseñaste, nunca me lo
entregaste, te quedaste con él para usarlo en el momento que más te interesara
y lo has usado ahora, en el divorcio, pero era mío. Lo has guardado y lo has
utilizado en este proceso de divorcio en el que estamos sumergidos, ¡mira si lo
tenías pensado desde hace tiempo! Una de
las acusaciones es de alcoholismo crónico y es mentira. Mis análisis médicos
desde hace tres años no indican ninguna adicción al alcohol (y eso se detecta
con facilidad). Aunque ese día hubiera
bebido mucho. Pero es uno de tus argumentos con más peso en la decisión de un
“juez” de familia que no se caracteriza precisamente por su rigor.
De ese incidente yo saqué
dos consecuencias: una hipertensión (la tensión me subía a 24) y una tremenda dificultad en la imaginación. No era capaz de crear esos
cuentos que improvisaba para mis hijos.
Y digo “mis hijos” porque tú hasta ese momento lo único que habías hecho
era parirles y hacer de taxista en las vacaciones que mayoritariamente pagaba
yo, para ir donde tú decías.
MARINO CONOCE LA SITUACIÓN
Conté a mi padre todos los problemas que tenía, una deuda
acumulada desde el año 2.000, mis problemas de agotamiento y mi depresión. No
le conté el intento de suicidio, no quería disgustarlo. Su respuesta fue impresionante:
“Todo lo que tengo es tuyo, tú fuiste el único que acudió en mi ayuda cuando la
necesité. Yo solo quiero vivir con dignidad hasta que me muera”. A partir de ese momento, cuando estaba
lúcido, excluyo los periodos del hospitalización que por la medicación perdía
el control, no te dirigía la palabra, educadamente, te ignoraba.
Seguimos igual, tal vez
desaparecieron por un tiempo los desprecios, pero no la indiferencia, solo meses más tarde
me preguntaste por qué lo había hecho, no te comenté nada.
Estaba dedicado a mis
hijos, con visitas a mi padre, haciendo todas la labores de la casa y tú ya no salías tanto. Los veranos nos íbamos a la residencia que te
regalaba la universidad y a Benidorm, en
el piso de mi padre, y todos los años visitábamos
el lago de Sanabria. En el mes de
vacaciones pocos días parábamos en
Villamandos. Todos los vecinos y amigos
que tenemos allí lo saben. Y cuando estábamos una semana o quince días era una semana de obras para
mí; Manolo, Javi, Chón, Tere, Marcelino, etc. lo saben. Mi único respiro era, después de que se
acostarán los niños, irme a tomar un caña
al
bar, leer el periódico o tener una hora de conversación, en muchas
ocasiones con Tere. Ellos, que leerán este relato porque se lo voy hacer llegar
lo saben. Nunca estuve borracho. Copiaré trozos de la demanda interpuesta por ti para que nos conocen lo lean y se percaten de tú capacidad de
mentir, hasta ante la “justicia”.
Tú ponías 600 € para las
vacaciones, el resto de los gastos corrían por mi parte, tanto los de las
vacaciones específicas como los de materiales y herramientas para seguir la
reforma de tu casa de Villamandos. En esos meses, año tras año, y lo saben
nuestros amigos del pueblo, lo único que hacía era trabajar para cuidar a los
niños y mejorar “tú” casa: Hice una acera, arrancando las losetas del suelo del
patio, cubrí de madera los techos del “merendero”, la cocina, el baño. ¿Quién
pagaba todo? ¿Tu, de tú dinero, pagaste algo? Todo se pagaba con el dinero familiar y en casi todas
las ocasiones con el mío. Seguía tú
desinterés por la familia, seguía tu
desafecto. “ Yo estoy de vacaciones”: decías y no colaborabas en nada.
Para ti si eran vacaciones.
Te levantabas a las doce de la mañana. ¿ En cuántas ocasiones, cuando Jacinto o
Tere, nos traían hortalizas, a primera hora de la mañana, tú estabas levantada?.
Cuando te levantabas, a las doce, te
sentabas en el porche a desayunar, el desayuno que yo te preparaba , te
quedabas un buen rato, a veces hasta una hora abstraída fumando un par de
cigarrillos, mirando el jardín. Colocabas
algo en la casa, comías (la comida que
yo había hecho). Por la tarde te dedicabas al jardín, a ir a la piscina, etc.
Yo a la albañilería, a las reformas, al mantenimiento. Por la noche, tú te
quedabas en casa leyendo al fuego de la chimenea cuya leña había cortado yo y
fumándote tus porritos. Yo al bar a
hablar con todos los conocidos que tenía en ese pueblo, muchos más que tú. Tú
solo tenías uno, Marcelino Zoco, con el que compartías porritos y cangrejos.
Algunos de los que estén
leyendo esto se preguntarán por qué soporte esta situación en la que estaba siendo
despreciado, desestimado y ultrajado con tanta frecuencia. Muy sencillo.
Siempre pensé que cualquier separación supondría un deterioro serio de la
calidad de vida de mis hijos. Sobre todo Clara que con sus insuficiencias me
rompía el corazón y quería estar con ella, ayudarla a superar sus dificultades
como había hecho desde el principio, desde que era un bebé y porqué sabía que tú
no lo harías bien. Solo la apoyabas en inglés, porque yo no conocía ese idioma,
aunque las fichas de trabajo de ese idioma las preparaba yo. Que irías a tu comodidad por
encima del interés de los niños, de hecho, hoy, en el momento en el que estoy
escribiendo esto Javier se queja del poco interés que pones con él.
MÁS MARINO. Y SUS GASTOS.
A Marino, mi padre, se le acaban los ahorros, su estancia en la
residencia costaba más del doble de los que el cobraba. Hablé con él problema y decidimos hacer una hipoteca inversa
de su piso de Benidord. Era carísima, se
podía comer mucho valor de su piso, pero era suyo. Yo lo heredaría, pero para
mí era más importante su bienestar lo que recibiría de
herencia, cuando muriera. Mi decisión era muy clara, hacer la hipoteca. Su bienestar estaba por encima de todo, el piso era suyo y no se le iba a negar vivir como quería en los últimos
años de su vida. Te comenté la situación
y tú recomendación siempre fue la misma: “Búscale otra resistencia más barata o
que comparta habitación que es más económico”. ¿Y su bienestar, su deseo, dónde
quedaba? Estas opiniones fueron, digamos
que continuas cada vez que hablábamos de
Marino. Esa recomendación fue cada vez
más insistente en función de su deterioro, cuanto peor estaba eran más frecuentes
tú presión para que “le colocara” en un lugar más barato. En el último año,
todavía resuena en mi cabeza ese comentario cruel y despiadado: “Ya no se da cuenta de nada,
cámbiale a una habitación compartida”.
Mira Ana Robles Campillo, tú que nunca has visto más allá de tu propio
ombligo, de tú propio interés y de tu propio capricho: el hecho de tener una
habitación propia, con sus pocas cosas,
con sus libros, con sus fotos y recuerdos era para mí más importante que tú ambición.
Hicimos la hipoteca
inversa, era más importante su bienestar que las pretensiones de “ahorrar” que
tú tenías, a consta de la felicidad de un anciano. Tú nunca lo supiste. Y él
siguió en su habitación, en la residencia donde estaban sus amigos que casi ya
no conocía pero que le saludaban con cariño y en el entorno que le gustaba. Y
en definitiva el dinero era suyo.
Un año más tarde, Marino
se rompió la cadera y después el fémur. Fue un año tremendo de
hospitalizaciones y quedó en una silla de ruedas. Para él ya no tenía ningún
sentido conservar la casa de Benidorm. Y decidió venderla. Eso daría el
suficiente dinero para garantizar a Marino su bienestar hasta que muriera y lo
que sobrara,… que sobrara.
Estaba empezando la
“burbuja inmobiliaria”, un piso de 2ª mano, de los años 50 corría el riesgo de
desvalorizarse rápidamente. Tuve un cliente con el pacté un precio aceptable.
Lo comprobé en multitud de web, pregunté a inmobiliarias, a tus familiares. Era
un buen precio.
¿Tú que hiciste? Me
llamaste “imbécil”, dijiste a los niños que yo quería vender la casa de
Benidorm, para que se opusieran rogándome que no lo hiciera ya que para ellos
era un lugar de vacaciones y de playa. Me amenazabas con llamar a mis hermanas,
las mismas que cuando cayó gravemente enfermo no quisieron saber nada de él, porqué, decías, no tenía derecho a venderlo.
Lo vendía Marino, que era el propietario, no yo (ahora, que te conozco mejor,
sé que lo único que querías es “atrapar” el máximo de dinero AUNQUE FUERA A
CAMBIO DEL BIENESTAR DE MI PADRE; hasta sugeriste en algún momento que con ese
dinero se podría terminar de arreglar muy bien la casa de Villamandos, tu
casa).
Conseguí un cliente con el
que cerré un trato que pospuse por tú presión. Lo retomé un mes después ya que
hubiese sido una locura mantener esa propiedad con la burbuja inmobiliaria en
pleno comienzo y con una devaluación brutal de su precio. El retraso costó
6.000 €. Ahora, en estos momentos, los pisos en Benidorm valen un 40 %
menos. Marino hubiera perdido mucho más
de haber seguido tu consejo. Recuerdo que
un año antes, cuando estábamos de vacaciones en su piso, paseando por Benidorm, tú mirabas ansiosa los
escaparates de las inmobiliarias y soñabas con 25 o 30 millones de pesetas.
Conocías el testamento de Marino y mi generosidad de la cual te habías estado
aprovechando continuamente. ¿Con que soñabas? ¿Te iba a resolver la vida?
Mientras tú estabas a lo tuyo, a tu trabajo de administrativa, a tus escarceos “amistosos
o amorosos” y yo llevando todo el peso de la casa, de la discapacidad de Clara,
la atención a Javier, y sin tan siquiera un momento para respirar, con
insultos, desprecios, críticas, humillaciones, vilipendios por tu parte, con
las manos partidas de los trabajos de albañilería en Villamandos y el alma rota
de soledad. Lo único que me mantenía a tu lado era el cariño de Clara y de
Javier que en estos momentos no desaprovechas oportunidad de minar. Vivía con
mi enemigo más cruel. ¿Qué fumabas además de Camel? ¿Te acuerdas de esa cajita
de madera donde guardabas un tubo de película fotográfica con la marihuana o el
hachís, el papel de fumar, un paquete, siempre pequeño, con “tabaco” de liar, también de esa otra cajita metálica, un
pastillero, en la que a veces había algunas pastillitas sin su envase. ¿Te lo daba Asún?
La dejabas a veces encima de la mesa de la sala por la noche cuando te ibas a
dormir a la habitación , al alcance de los niños que madrugaban más que tú. Por
lo menos, en una ocasión encontré a
Javier jugando con ella.
Unos días antes de ir a
Benidord para formalizar la venta del piso de Marino te pedí que me llevaras y te negaste, querías
boicotear esa operación como fuera. El
dinero iba a quedar fuera de tu control. El día anterior del viaje me pediste
ir conmigo de la venta. ¿Se te escaba el
“control” de última hora?. Tú ya no pintabas nada ni para mí ni para mi padre.
Me habías estado acosando continuamente, ninguneando, habías presionado para
que no se vendiera y ahora ¿a que querías ir, a controlar el dinero? Me negué. Me
llevo tú sobrino Toño, hicimos la transacción y cargamos el coche con toda la
lista de objetos que tú querías: vajilla, cubertería, libros, colchones etc. y
que todo te lo has quedado tú. Es lo que has hecho conmigo a lo largo de toda nuestra
vida en común, coger todo lo que has podido para quedártelo y apartarme, usarme
como criado, despreciarme como inferior.
Comencé a ir a un
psicólogo, no quería que me volviera a suceder lo que me había pasado antes,
necesitaba reordenar mi cabeza y yo solo no podía, Ricardo me atendía en Psiteco
(clínica psicológica), durante
varios meses, dos consultas semanales durante tres meses y el resto del tratamiento
a una semanal. Cuando llegué a Psiteco, en la primera consulta con Ricardo,
rompí a llorar, ya no podía más. Según intentaba explicarle mi situación, el
agotador horario de trabajo, el desprecio que en cada momento sentía de ti;
como tú, cuando les explicaba algo a los niños, me cortabas diciendo “seguro
que se lo inventa (¿Cuándo reconocerás tu ignorancia…en casi todo?), eso me
rompía. Necesitaba ayuda.
Los niños seguían
despidiéndote de ti a las 8.30, ahora, ya en bata, en la cocina. Tomándote el
desayuno que yo te había preparado les despedías. Tu horario de trabajo era de ocho a tres. ¡Que
útil te era la hora de reducción de jornada por la discapacidad de Clara, para
dormir más¡ Sin contacto con los amigos por la imposibilidad, durante años, de
tener el más leve memento de estar con ellos. Cuantas veces me decías: “mira
cómo eres, no tienes ni amigos, el único Fernando”, era verdad. Tú, como
siempre, pasabas las tardes durmiendo una buena siesta, saliendo a “algo”, quedándote
por la noche viendo la TV, ya sola, fumando tus “Camel” y tus “cigarrillos
especiales” hechos a mano. Nunca me explique esa manía que tenías de mezclar de
ambos “tabacos”. Yo me iba a sacar a Igor y cuando volvía iba al estudio a
preparar e imprimir las tareas de Clara y a consultar noticias por
internet. El diagnóstico del psicólogo
fue fácil: “Desestructuración de la personalidad por acoso”. Gerardo,
mi psicólogo y dueño de Psiteco, me recomendó recuperar a los amigos o hacerme
nuevos y me enseño a protegerme de tus
desprecios y ataques. No fue fácil.
MI ESPACIO EN CASA Y EN INTERNET
Hacía tiempo que ya me
habías echado de la habitación. Dormía en el viejo sofá del estudio, tenía la
ropa colgada con perchas de las estanterías de los libros. Comencé a buscar antiguos conocidos en
Facebook. Según me acordaba de algún nombre, lo buscaba y si le encontraba le
pedía amistad y comencé a establecer una red con la que podía comunicarme. Empecé,
también, a hacer comentarios desde un punto de vista de
izquierdas. Seguía las recomendaciones que me hacía Ricardo (Psiteco) tenía que recuperar mi red de amigos,
mantener contactos con ellos y a hacerme
amigos nuevos. Por internet porque no tenía otra posibilidad; mi rutina
cotidiana continuaba igual de aplastante y no tenía otra posibilidad. Me
levantaba a las 6:30, si no me había despertado antes. Leía la prensa digital,
a las 7:00 preparaba el desayuno de los niños, a las 7:30 les levantaba (tu
seguías en la cama), les daba el desayuno, les arreglaba, a las 8: 30 llevaba a
Clara al autobús ( recuerdas que siempre te daba el beso de despedida estando
tú durmiendo). Mientras esperábamos el autobús de Clara y le dejaba en él ,tú
te levantabas. Regresaba a casa, a las 8:45, terminaba de preparar a Javier
y le llevaba al colegio, de paso paseaba
a Zeta, hacia la compra del día, a las 9:30 o 9: 45 llegaba a casa, (tú ya te
habías marchado, aprovechabas la hora de reducción de jornada para dormir una
hora más). Comenzaba las “tareas del hogar”, la casa estaba hecha un desastre
(te acordarás lo revoltoso que era Javier manchando mesa, suelo, etc. con su
plastilina. Hacía las habitaciones
–hasta la tuya-, las camas –hasta la
tuya-, en el caso de que no te hubieras quedado dormida en la sala viendo la
televisión- que entonces no necesitaba hacerla. Hacia la comida, la sala, los
baños, etc. . Terminaba entre las 12:30 o la 13:00. A las 13:30 iba a recoger a
Javier, le llevaba a casa, a las 14:00 bajaba a recoger a Clara, a las 14:30
les daba la comida. Media hora de descanso. Tú cuando llegabas tenías la mesa
preparada. Yo dormía mi pequeña siesta,
hasta las 16:00. Ponía a Clara a hacer tareas, a Javier –dos días a la semana-
le llevaba a las cinco de la tarde a clase de teatro, regresaba, me ponía a
comprobar y corregir las tareas que estaba haciendo Clara sola mientras tú te
echabas tu siesta, regresaba a recoger a Javier, llegábamos a las 18:30, les
preparaba la merienda, y volvíamos a ponernos con las tareas; yo con Clara y tú,
a veces, con Javier o a leer el periódico o en internet en tus sitios de ropa,
calzado, cremas o complementos de comercio electrónico.
Dos días a la semana iba a
visitar a mi padre –de 18:45 a 20:30. Cuando llegaba preparaba la cena,
cenábamos. A los niños les atendías tú
para acostarlos mientras yo recogía la
cocina. Eran las 22:30 o 23:00 cuando
terminaba. Sacaba a pasear a Zeta y empecé
a coger una nueva costumbre, pasaba por
la “Corrala”, tomaba un (uno, solo uno) chupito mientras hablaba con los
clientes habituales: un médico divorciado, un agricultor y su mujer, un policía
municipal cuya madre era vecina y pasaba a última hora a visitarla, un
representante de repuestos de máquinas ganaderas, un técnico de Gas Natural,
etc., una hora como mucho entre paseo
“tertulia”. Cuando regresaba a casa tú estabas viendo la televisión o con
la televisión encendida ya te habías quedado dormida en el sofá. Te saludaba e
iba al estudio para imprimir las tareas del día de Clara, se las colocaba en
sus respectivos cuadernos para que las llevara al cole al día siguiente. Estaba
un rato en Facebook y me ponía a dormir en el sofá del estudio; antes pasaba
por la sala para darte las buenas noches. Cuantas veces estabas dormida
sentada, con la tele puesta y te intentaba despertar para que fueses a la cama
y no había manera de despertarte; eso sí, con tu caja de “tabaco de liar”
abierta encima de la mesa y varias colillas de “cigarrillos hechos a mano”.