martes, 11 de junio de 2013

Nace Clara

NACIMIENTO DE CLARA




En el año 97 todo sigue igual, menos en un par de aspectos: uno comienza un proceso congresual en CC.OO que me aparta de la Ejecutiva Provincial. Otro, después del verano tú me pides un hijo. Mira que lo intentamos, pero el stres del congreso (Eso siempre lo dijiste tú) o alguna otra cosa impidió el embarazo. Me reincorporé a mi puesto de trabajo: Antibióticos, Departamento de Investigación, Planta Piloto de Química. Y al poco tiempo, ya en el 98,  quedaste embarazada de Clara. Yo estaba trabajando de mañana, era un día de Junio que amaneció con nubes, amenazando tormenta, con una temperatura suave, luz difusa y extrañamente silencioso, poco tráfico, poco bullicio mientras me dirigía en taxi hasta el hospital, subí al paritorio. Tú estabas en el pasillo y me dijiste: “Vive. Fue muy fácil, como es tan pequeña no me enteré hasta que la oí llorar. La han llevado hasta las incubadoras”.  Fui a verla. El Dr. Calvo me preguntó cómo se iba a llamar y allí mismo la puse su nombre. “CLARA”. Era pequeñísima, con una piel sonrosada y  transparente a través de la cual se la veían todos las venas, los ojos ya abiertos, respiraba por sí misma, su manita cogía en uno de mis dedos. El Dr. Calvo me advirtió de los riesgos insinuándome que podía morir y si sobrevivía tal vez tendría problemas. Le miré y le dije: “Vivirá”. Creo que en ese momento yo era el único convencido de que iba a vivir. Subí a la habitación donde estabas y te dije con certeza: “Vivirá”. Te acompañe el resto de la mañana en tú habitación, estabas temerosa y aunque te ofrecieron bajar a ver a Clara, tú no quisiste. Después dijiste que tenías miedo de que muriera y nunca podrías olvidar su recuerdo. Si hubiera muerto, yo nunca me perdonaría no haberla visto viva. Simplemente diferencias. Ese día hubo una impresionante tormenta a mediodía, era como si todo el agua del cielo cayeras sobre León.

    1º AÑO DE CLARA.


Ese verano no salimos de vacaciones, lo pasamos en Villamandos. Íbamos todos los días a visitar a Clara que continuaba en la incubadora. En el otoño  la sacaron, fue su 2º nacimiento y por sus necesidades de oxigeno la tenían con su cabecita metida en una caja de plástico con la que se golpeaba continuamente. Construí una tienda de oxígeno para nuestra hija. La diseñe yo, la probamos en el hospital el Dr. Calvo y yo, comprobamos que funcionaba bien y clara vivió allí casi un año, hasta la Semana Santa del 99. Tuviste un larga depresión, permanecías en casa mientras yo trabajaba, íbamos a ver juntos a Clara, y cuando estuvo en casa, la cuidabas. La medicación nos la preparaban en el Hospital, hasta que en una ocasión observe que estaba deteriorada. Y comencé a prepararla yo en laboratorio (¿Te acuerdas? No se encontraba en las farmacias sus fármacos en dosis tan pequeñas.). Clara cogió un neumonía esas Navidades y vuelta al Hospital, tú otra baja por depresión, yo continuaba trabajando. Te relevaba cuando no trabajaba (mañanas o tardes). Hasta que por fin la llevamos a casa.  Empezamos a jugar con estímulos sonoros, visuales y táctiles. Ese mismo año vendí el piso que tenía en C/ Jaime Balmes. Sacamos limpios 7.000.000 de pts. (Después de amortizar lo que quedaba de hipoteca más gastos)


    A MADRID CON CLARA

         Llegaba el momento de revisar ese diagnóstico que la condenaba a vivir de por vida con corticoides, fuimos a Madrid de consulta al hotel que usábamos la Federación de Químicas, se determinó la equivocación del dictamen y nos dieron cita para una hospitalización de 20 días. Yo pedí un mes de suspensión de empleo y sueldo y nos fuimos a Madrid, turnándonos en el Hospital del Niño Jesús para estar con Clara continuamente. La “desoxidación” de los corticoides era peligrosa y era conveniente estar con ella continuamente.  Todos los gastos también los pagué yo. Pero Clara volvió sin estar  esclava de por vida a los corticoides. Bien invertido.

CLARA Y SUS PROBLEMAS MOTÓTICOS    

Empezó su preparación para vivir. Libre del oxígeno y de los corticoides. Te acuerdas de cuando la dejábamos en el suelo boca abajo y no hacia ningún movimiento. No tenía instinto para reptar.  Cuantas veces, yo (no tú)  recorrí el pasillo a gatas, poniendo mis rodillas detrás de la planta de sus pies y cogiéndola las manitas con las mías y hacíamos los movimientos de reptar. Meses, hasta que rectó. Después, más difícil, sujetándola con un brazo por su barriguita y  más  vueltas por el pasillo hasta que aprendió a gatear. Tú no estabas, aunque estuvieras en casa. Te pasabas el día apoyada en el quicio de la ventana o sentada en la mesa de la cocina mirando por la ventana. Ibas al médico y te medicabas con antidepresivos.