TUS
COMPRAS POR INTERNET
Te pasabas casi todos los
días una buena parte de la tarde en los portales de compras de internet.
Abriste una cuenta en Facebook, después llegaste a tener tres simultáneamente.
Yo, solo en un corto espacio de tiempo, figuré como “amigo” en una de ellas.
Las otras decías que eran para tus amigos y pertenecían a tú intimidad. Comprabas
ropa, cosméticos, cremas “antiarrugas” y sistemas adelgazantes, cazado (38
pares de zapatos te llegué a contar en alguna ocasión), abrigos, vestidos,… de
todo, hasta consoladores.
Todo pagado con la tarjeta de la cuenta común.
Sin embargo yo, además de poner el dinero que me correspondía en la cuenta común cuyo destino era los gastos familiares, pagaba de mi bolsillo los pequeños gastos diarios que se hacían en la panadería, frutería, librería, etc. y que se pagaban en efectivo, entre 100 y 200 € mensuales. Mi ropa, mis zapatos me los pagaba de mi bolsillo, no con la cuenta común, tu no, TE COMPROBAS HASTA CONSOLADORES CON EL DINERO FAMILIAR. Recordarás perfectamente que yo guardaba los tickets de esas pequeñas compras, digo recordarás porque los robaste para eliminar una de las pruebas a mi favor en el juicio de divorcio. ESA ERES TÚ.
En esa época pensé en preparar divorcio. Y mi abogado redactó una demanda basada en los dos aspectos que estaba sufriendo: dejación en la participación en los deberes familiares y los “porros” que sistemáticamente te fumabas todas las noches (Con frecuencia dejabas esa famosa cajita de madera en la que guardabas “tus cosas de fumar” encima de la mesa baja de la sala), la misma demanda que tú dos años después me robaste una copia del bolsillo de mi chaqueta (¿TAMBIEN REGISTRABAS MI ROPA?). Que pocas cosas encontraste.
Con la venta del piso de Benidorm había dinero de nuevo, mi padre me había dicho que usara el que necesitara. Estupendo. De repente dejaste de “tener confianza” en el coche que teníamos, una Berlingo a gasoil con 120.000 Km y cinco años de antigüedad (un coche fabricado para recorrer 300.000 o más Km) , la que tú usabas a diario para ir a trabajar, para ir a Villamandos los fines de semana, los viajes de vacaciones y poco más. Como ya no tenías confianza compré un Berlingo Picaso que pague íntegramente yo y la pusimos a nombre de Clara por ahorrar impuestos, decías, ahora es tuyo.
Ese año saliste muchos fines de semana por la
noche. Volvías a las tres, las cuatro y hasta la seis de la mañana alguna vez,
después te levantabas a medio día o más tarde. Yo me pasaba la mañana con los
niños, hacíamos tareas, la casa, la comida, etc….Tú estabas más suave, ya no teníamos que esperar para comprar lo
que pensábamos que necesitamos; Clara tuvo su primer ordenador portátil, lo
pagué yo, y Javier heredó el de Clara.
Nuestros hijos estaban
tranquilos y yo disfrutaba de su tranquilidad. Cole, tareas, algún paseo,
alguna película, alguna visita al abuelo (Javier sobre todo), libros, las preciosas
miniaturas de plastilina que hacia Javier.
A mí, hacía tiempo me habías echado de la habitación definitivamente y
vivía en el estudio, siete metros cuadrados en los que viví los dos últimos
años de “convivencia” contigo. Yo seguía haciendo mi trabajo habitual, con un
horario que me llenaba todo el día, dedicado fundamentalmente al cuidado de mis
hijos (digo “mis” porqué la atención que tú les habías prestado durante los
últimos diez años era mínima). Tú, como siempre, levantándote a las ocho y
media (aprovechando la hora de reducción de jornada que tenías por la
discapacidad de Clara para dormir más), desayuno, ducha, curre, ibas a Pilates, para llegar a las cuatro y media a casa,
comías, siestita, y a las seis te tomabas tú café y o salías a recoger algún
“paquete”, llevar a Clara – un día a la
semana- a Carriegos o te quedabas para apoyarles en inglés.
¿Cuántas veces me insultaste, cuantas me despreciaste,
cuantas decías a Javier y a Clara que yo vivía en un zulo (por el estudio
abarrotado en el que no tenía más remedio que vivir) y otras “lindezas” por el
estilo? Pero había una diferencia, ya no me afectaban gracias a la terapia que
había recibido en Psiteco. Solo me
importaban Javier y Clara y ellos estaban muy bien conmigo.
¡Ah, eso sí! Tenía que
terminar la escalera de Villamandos. “Todo lo dejas a medias”, “No terminas
nada”, etc., esas eran tus “lindezas”. Pero no decías nada del albañil que la
construyó, no señalabas nada de los peldaños, cada uno de una medida diferente
en altura y en anchura. Claro, era el marido de una amiga tuya. Los tuve que
arreglar yo como pude. Y también pagar
todos los materiales para construir la barandilla. Faltaría más. Yo siempre
estaba en positivo. Estaban los niños y ellos, ajenos a lo que sucedía, eran
“felices”; al fin y al cabo era lo único que conocían, había pocas discusiones
y a mí ya me resbalaban tus críticas. Clara terminaba la EGB y Javier pasaba al
tercer ciclo, se enfrentarían el curso siguiente a nuevos contenidos y nuevos
conceptos. Clara tenía que empezar a relacionar ideas y sacar conclusiones,
Javier comenzaba a enfrentarse con los primeros conceptos. Eran necesarias unas
buenas vacaciones.
Nada más terminar el curso
nos fuimos a Grecia. Javier y Clara
nunca habían viajado en avión, una nueva experiencia para ellos. Una semana en
Creta. Recorrimos prácticamente toda la isla con un coche alquilado, comiendo y
cenando casi siempre fuera de casa. Lo pasamos bien, Javier y Clara estaban
alucinando con lo que estaban viviendo y estoy seguro que nunca se olvidarán de
ello. Era lo que a mí me importaba. Tú, para esas vacaciones pusiste 600 €.
¿Solo costó eso? ¿Cuatro personas, con cuatro vuelos cada una -16 billetes de
avión-, comidas, coche, gasolina, etc.
sale solo por 1.200 € en el caso de que yo hubiera puesto otras 600?. Costó más
del doble, pero no dije nada. Tú tampoco preguntabas.