martes, 11 de junio de 2013

COMIENZA LA GUERRA. ¡ A LA CONQUISTA DE TODO….!


COMIENZA LA GUERRA. ¡ A LA CONQUISTA DE TODO….!

La vida cotidiana era más tensa, después del último viaje a Estella  tenías como “prisa  por resolver la situación”, insistías continuamente en tú propuesta de divorcio y yo, “aburrido” me remitía a la propuesta de que estaba de acuerdo si la vivienda familiar la poníamos a nombre de nuestros hijos. Seguía haciendo todo lo de la casa, atendiendo a los niños en sus tareas, preparando las fichas de Clara, enseñándola a estudiar seleccionando ideas, llevando a Javier al cole, momento que aprovechaba para pasear a Zeta y hacer la compra, limpiando, haciendo la comida, yendo a recogerlos a mediodía, dándoles la comida, poniéndoles las tareas, llevando a Javier a lucha leonesa, regresando a casa para apoyar a Clara durante media hora, regresando a recoger a Javier, dándoles la merienda, poniéndoles a hacer tareas, apoyándoles, yendo a ver a mi padre si las tareas estaba terminando, (en las ocasiones en las que comentaba a mi padre mi situación siempre me decia : “los importante son tus hijos, yo estoy bien, no te preocupes si no puedes venir a verme” ), haciendo la cena, mientras cenabamos intentaba que la conversación fuera sobre lo que a los niños les había pasado ese día o sobre alguna noticia importante, tú me llamabas pesado, sabelotodo, me contradecías o lo que fuera con tal de romper su atención (la verdad es que eres bastante ignorante),  les acostabas, yo recogía la cocina y con los niños en la cama después de darles un beso, sacaba a Zeta, nuestro perro;  después de un buen paseo, estaba un rato  por la Corrala Extremeña para hablar con mis amigos, muchos días las únicas personas adultas  con las que hablaba durante el día,  si amigos con los que  prevalecía la risa, el humor y la ironía, eran  un médico de familia, un policía municipal, un agricultor y su mujer, dos profesores de universidad (uno, Francisco, casi rector), un representante de útiles ganaderos, un reparador de Gas Natural, etc…, personas “sospechosas”, todos ellos “borrachos e impresentables”, según tus palabras. Cuando regresaba a casa, entorno a las once y media, tú estabas frente a la tele casi siempre durmiendo o dormitando, viendo pelis de conflictos sentimentales. Te decía “Hola” y me iba a mi “zulo”, ese estudio lleno de libros donde viví los dos últimos años con papeles, libros de Clara y donde  mi ropa colgada por las estanterías porqué ya no tenía ni armario.  Me ponía en el ordenador a leer noticias políticas o de actualidad, a consultar algo, a ver lo que mis amigos habías puesto en mi única cuenta Facebook o a chatear hasta que agotado me  acostaba a dormir en ese  sofá viejo y destratado del estudio donde descansaba.

Un día, el doce de enero,  a mediodía, mientras los niños y yo estábamos terminado la comida, tú llegas un poco antes de lo habitual, te pones en mi ordenador, que como siempre estaba abierto y lees un chat en Facebook con Rosa.

¿Te acuerdas de que iba el chat? Yo sí. De nimiedades.

Z es el perro, mi compañero de paseos nocturno.

Pero ya tenías  la DISCULPA PERFECTA, diste un golpe al ordenador y te metiste en la sala con un portazo. No dijiste nada en aquel momento, tal vez porqué estaban los niños. Pasaste toda la tarde fuera de casa.

Por la noche, una vez que los niños estaban acostados y yo había regresado del paseo nocturno con Zeta, volvimos a hablar del tema. Te aseguré, por activa y por pasiva, que era solo una amiga, que mi relación con ella era solo de amistad, que lo único que me importaba eran mis hijos, a los que dedicaba todo mi día, todo mi dinero y todo mi esfuerzo. Me pediste que te admitiera como “amiga” en mi cuenta de Facebook y lo hice a pesar de las tuyas eran para ti parte de tu “intimidad”. Simplemente no tenía nada que ocultar. Unos meses antes, hacía noviembre, yo te había pedido “amistad” y no me la diste, me dijiste que tenías una cuenta con los compañeros  de la universidad y otra personal y que esa eran tuyas, con tus amigos y que “era tu intimidad”. Y ahora  ¿me lo pides tú? ¿Para qué? …. ¿Para saber lo que escribía…? Bueno. No tengo nada personal que ocultar ¿Y tú?

                  Tu acoso seguía. Había días que no venias a comer sin avisar. Otros llegabas y te encerrabas en tu habitación prohibiendo a toda la familia que te “molestáramos”. No perdías ocasión de insultarme, palabras como  “cabrón”, “hijo de puta”, “maricón”, etc. empezaron a ser habituales por tu parte. Yo siempre discutía con las manos en los bolsillos del pantalón, si eran en los bolsillos de atrás del vaquero decías: “…todo el día tocándote el culo”  o si eran en los de adelante: “…que, tocándote los cojones…” Yo vivía con una mini grabadora encendida casi todo el día, y tenía las manos en los bolsillos para no hacer ningún gesto que pudiera ser interpretado como violencia. Intentabas provocarme para poder denunciarme como “violencia de género”. ¿Te lo había recomendado tu abogada? Como también te recomendó que visitaras la concejalía de la mujer (o algo por el estilo), que acudieras al médico de familia con quejas, de acoso y de violencia psicológica (que fácil), etc. Eso sí,  tú solita, sin nadie que te acompañara, para que no hubiera testigos y  poder “contar” todo lo que te apetecía.

         El día 18 de enero ingresaron a mi padre en el hospital. Yo había ido a ver mi abogado porque la situación se estaba poniendo insoportable y apagué él teléfono durante la entrevista. Cuando terminó y lo encendí había varias llamadas de la residencia de  mi padre y tuyas. Te llamé y, después de varios improperios me contaste que estabas con mi padre en el Hospital, que te habían llamado a ti porque a mí no me localizaban por teléfono. Subí inmediatamente y según llegué a la sala de espera me espetaste a voces, para que lo oyeran bien todos los que estaban allí: “Qué, ¿has estado con esa?  Ya te vale, sinvergüenza. Ahí te quedas. A tu padre le están mirando. Yo tengo trabajo, me voy”. Y te marchaste.