COMIENZA LA GUERRA. ¡ A LA CONQUISTA DE
TODO….!
La vida
cotidiana era más tensa, después del último viaje a Estella tenías como “prisa por resolver la situación”, insistías
continuamente en tú propuesta de divorcio y yo, “aburrido” me remitía a la
propuesta de que estaba de acuerdo si la vivienda familiar la poníamos a nombre
de nuestros hijos. Seguía haciendo todo lo de la casa, atendiendo a los niños
en sus tareas, preparando las fichas de Clara, enseñándola a estudiar
seleccionando ideas, llevando a Javier al cole, momento que aprovechaba para
pasear a Zeta y hacer la compra, limpiando, haciendo la comida, yendo a
recogerlos a mediodía, dándoles la comida, poniéndoles las tareas, llevando a
Javier a lucha leonesa, regresando a casa para apoyar a Clara durante media
hora, regresando a recoger a Javier, dándoles la merienda, poniéndoles a hacer
tareas, apoyándoles, yendo a ver a mi padre si las tareas estaba terminando, (en
las ocasiones en las que comentaba a mi padre mi situación siempre me decia :
“los importante son tus hijos, yo estoy bien, no te preocupes si no puedes
venir a verme” ), haciendo la cena, mientras cenabamos intentaba que la
conversación fuera sobre lo que a los niños les había pasado ese día o sobre
alguna noticia importante, tú me llamabas pesado, sabelotodo, me contradecías o
lo que fuera con tal de romper su atención (la verdad es que eres bastante
ignorante), les acostabas, yo recogía la
cocina y con los niños en la cama después de darles un beso, sacaba a Zeta,
nuestro perro; después de un buen paseo,
estaba un rato por la Corrala Extremeña
para hablar con mis amigos, muchos días las únicas personas adultas con las que hablaba durante el día, si amigos con los que prevalecía la risa, el humor y la ironía,
eran un médico de familia, un policía
municipal, un agricultor y su mujer, dos profesores de universidad (uno, Francisco,
casi rector), un representante de útiles ganaderos, un reparador de Gas
Natural, etc…, personas “sospechosas”, todos ellos “borrachos e
impresentables”, según tus palabras. Cuando regresaba a casa, entorno a las
once y media, tú estabas frente a la tele casi siempre durmiendo o dormitando,
viendo pelis de conflictos sentimentales. Te decía “Hola” y me iba a mi “zulo”,
ese estudio lleno de libros donde viví los dos últimos años con papeles, libros
de Clara y donde mi ropa colgada por las
estanterías porqué ya no tenía ni armario. Me ponía en el ordenador a leer noticias
políticas o de actualidad, a consultar algo, a ver lo que mis amigos habías puesto
en mi única cuenta Facebook o a chatear hasta que agotado me acostaba a dormir en ese sofá viejo y destratado del estudio donde
descansaba.
Un día, el doce
de enero, a mediodía, mientras los niños
y yo estábamos terminado la comida, tú llegas un poco antes de lo habitual, te
pones en mi ordenador, que como siempre estaba abierto y lees un chat en
Facebook con Rosa.
¿Te acuerdas de
que iba el chat? Yo sí. De nimiedades.
Pero
ya tenías la DISCULPA PERFECTA, diste un
golpe al ordenador y te metiste en la sala con un portazo. No dijiste nada en
aquel momento, tal vez porqué estaban los niños. Pasaste toda la tarde fuera de
casa.
Por
la noche, una vez que los niños estaban acostados y yo había regresado del
paseo nocturno con Zeta, volvimos a hablar del tema. Te aseguré, por activa y
por pasiva, que era solo una amiga, que mi relación con ella era solo de
amistad, que lo único que me importaba eran mis hijos, a los que dedicaba todo
mi día, todo mi dinero y todo mi esfuerzo. Me pediste que te admitiera como
“amiga” en mi cuenta de Facebook y lo hice a pesar de las tuyas eran para ti
parte de tu “intimidad”. Simplemente no tenía nada que ocultar. Unos meses
antes, hacía noviembre, yo te había pedido “amistad” y no me la diste, me
dijiste que tenías una cuenta con los compañeros de la universidad y otra personal y que esa
eran tuyas, con tus amigos y que “era tu intimidad”. Y ahora ¿me lo pides tú? ¿Para qué? …. ¿Para saber lo
que escribía…? Bueno. No tengo nada personal que ocultar ¿Y tú?
Tu
acoso seguía. Había días que no venias a comer sin avisar. Otros llegabas y te
encerrabas en tu habitación prohibiendo a toda la familia que te
“molestáramos”. No perdías ocasión de insultarme, palabras como “cabrón”, “hijo de puta”, “maricón”, etc.
empezaron a ser habituales por tu parte. Yo siempre discutía con las manos en
los bolsillos del pantalón, si eran en los bolsillos de atrás del vaquero
decías: “…todo el día tocándote el culo”
o si eran en los de adelante: “…que, tocándote los cojones…” Yo vivía
con una mini grabadora encendida casi todo el día, y tenía las manos en los
bolsillos para no hacer ningún gesto que pudiera ser interpretado como
violencia. Intentabas provocarme para poder denunciarme como “violencia de
género”. ¿Te lo había recomendado tu
abogada? Como también te recomendó que visitaras la concejalía de la mujer
(o algo por el estilo), que acudieras al médico de familia con quejas, de acoso
y de violencia psicológica (que fácil), etc. Eso sí, tú solita, sin nadie que te acompañara, para
que no hubiera testigos y poder “contar”
todo lo que te apetecía.
El día 18 de enero ingresaron a mi
padre en el hospital. Yo había ido a ver mi abogado porque la situación se
estaba poniendo insoportable y apagué él teléfono durante la entrevista. Cuando
terminó y lo encendí había varias llamadas de la residencia de mi padre y tuyas. Te llamé y, después de
varios improperios me contaste que estabas con mi padre en el Hospital, que te
habían llamado a ti porque a mí no me localizaban por teléfono. Subí
inmediatamente y según llegué a la sala de espera me espetaste a voces, para
que lo oyeran bien todos los que estaban allí: “Qué, ¿has estado con esa? Ya te vale, sinvergüenza. Ahí te quedas. A tu
padre le están mirando. Yo tengo trabajo, me voy”. Y te marchaste.